jueves, 29 de mayo de 2008

Mamá, yo no quiero ser artista.

Ya sé lo escuche decir una vez a un artista. Iba yo de acompañante, cómo un pasmarote, sujetaba una bolsa con cables, un micrófono y una incertidumbre del copón. Mientras le grababan, atento escuchaba esa crítica que por entonces tan feroz me parecía, y que no terminé de entender.

- “Málaga es un teatrillo, un circo donde todos quieren participar, desde el escenario previo pago”.

Invéntate una profesión, marca la línea de la imitación, si en Pekín dicen que hay que operar los organillos visuales más vitales, con tenedor y cuchillo, Amén. Rodéate de un buen ats, que exagere su papel, que se vista de etiqueta para mancharse de sangre (de metirijilla), auxiliares, radiólogos, anestesistas y demás medicucho que curen tu inseguridad a base de botes grávidos, repetidos, una y otra vez, sin pasos, sin dobles.

Es el cumpleaños de la nada, de lo efímero, lo insustancial (que me gusta esa palabra) y por eso necesitamos velas gigantes, en una tarta gigante de la que saldrá….. ¡tatatatatatatatachÁN! Nada de nada. Bueno, lo mismo, con la misma cara, los mismos cuerpos, con la misma ropa. Todos al son del último must-in-(lo más, oiga) sonoro y con la barbilla bien levantadita, si de todos modos nuestros flequillos no nos dejan ver nada, ni nos importa.

El teatro, con sus actores, en su espacio y a su tiempo. El escenario, los personajes, la localización y la noche, por supuesto, donde todos los gatos son pardos, la inmensa vulgaridad que siempre nos justifica las debilidades. Y por supuesto el público. En fin, el público… Ya se sabe, prefiere el fútbol al cine, viste de Bsk, le gusta lo que le digan, compra lo que lee y lee lo que compra. Es fácil impresionar a los malaguitas modernuquis con una copa gratis, un poquito de purpu-puta-rina y una página más de la neocinco, por el culo. Tan sólo las altas pretensiones de proyectar esta obra de serie B (B de burros volando sobre la misma mierda, cómo moscas) a las capitales Europeas más cercanas (léase el capítulo de las relaciones civilizadas y progresistas de la UE) nos dará la absoluta e impoluta solución no soluble (estos actores son más de aspirar por la napia): la mierda no huele más porque la cagues en el Ritz.

Así que ya saben, a pegarse tortas por los primeros sitios, yo estaré allí, pero con ventaja, la de saber que hoy me han vuelto las ganas de largar por el pico lo que siento con la seguridad de que el teatro, precisamente el teatro, no va a cambiar esta ciudad, ni a sus personas-jes, pues desgraciadamente las obras son cutres y el público sigue prefiriendo ver a Conan.